Lamentaciones 1:1-6; Salmo 137; 2 Timoteo 1:1-14; Lucas 17:5-10
Decimoséptimo Domingo después de Pentecostés – Propio 22 – 5 de octubre de 2025
Lucas 17:5-10 habla de los discípulos y discípulas pidiéndole a Jesús que les aumentara la fe, y Jesús les enseña que incluso una pequeña cantidad de fe puede lograr grandes cosas, enfatizando la importancia de la humildad y el servicio en el Reino-Comunidad de Dios.
Cuando los discípulos y discípulas se acercaron a Jesús y le dijeron: «¡Auméntanos la fe!», ¿qué crees que esperaban que hiciera Jesús? ¿Les impondría las manos y, de repente, los llenaría de fe místicamente? ¿Les daría mantras de pensamiento positivo como: «¡Tú puedes! Dios tiene un plan especial para tu vida!». Imagina los momentos en que sientes que tu fe escasea y te diriges a Dios y le dices: «Auméntame la fe», ¿qué crees que haría Dios después? En este día en particular, las discípulas y discípulos sentían el peso de sus responsabilidades y los desafíos que conlleva seguir a Jesús. Se acercaron a él con una petición: «¡Aumenta nuestra fe!». Sus corazones eran sinceros, buscando una conexión más profunda con Dios y una fe más fuerte que los sostuviera durante las pruebas que se avecinaban. Jesús, siempre el maestro paciente, respondió a su súplica con palabras de sabiduría y aliento, recordándoles el poder de incluso una pequeña dosis de fe.
Jesús, con su estilo característico, usó una efectiva metáfora, comparando la fe con un grano de mostaza. Esta comparación resalta el poder transformador de incluso la más mínima cantidad de fe genuina. Sirve como recordatorio de que la fe, por pequeña que parezca, tiene el potencial de lograr cosas extraordinarias en nuestras vidas.
En el Evangelio de Lucas, lo imposible se hace posible con personas dispuestas a cambiar, dispuestas a arriesgarse, a cambiar de mentalidad y a superar barreras sociales. Jesús dice varias veces: «Tu fe te ha sanado». Una mujer con hemorragia toca el borde de su manto entre la multitud, rompiendo así todos los tabúes sociales del Levítico.
Sin embargo, este pasaje nos desafía a reexaminar nuestra fe, a abrazar la humildad radical en nuestro servicio y a confiar en el poder transformador incluso de la más mínima semilla de fe.
En la cultura actual, «radical» puede sonar extremo, incómodo e incluso peligroso. Pero en la vida de Jesús, significaba algo completamente diferente y mucho más poderoso. Ser radical no significaba liderar ejércitos ni apoderarse de tronos. Significaba entrar montado en un burro en una ciudad que pronto lo crucificaría. Significaba llorar por quienes lo rechazaban. Significaba humildad, autosacrificio y un amor profundo y ardiente por la fragilidad de este mundo.
Cuando Jesús entró en Jerusalén el Domingo de Ramos, no lo hizo montado en un caballo de guerra ni exigió atención con fuerza militar. Eligió un burro, símbolo de humildad. Entró en la ciudad no como un rey conquistador, sino como un siervo sufriente. Esto no era debilidad; era fuerza radical bajo control. Fue una humildad deliberada, modelada para que entendiéramos cómo es la verdadera grandeza.
¿Con qué frecuencia asociamos la humildad con la debilidad? Sin embargo, la Escritura dice que Dios se opone a las personas soberbias, pero da gracia a las humildes (Santiago 4:6). Jesús no se humilló por necesidad. Se humilló voluntariamente.
Si queremos ser radicales como Jesús, comenzamos con la humildad. No con una humildad performativa. No con una humildad forzada. Sino con una postura del corazón que dice: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». La humildad que deja atrás el orgullo deja de lado la necesidad de tener la razón y antepone a las demás personas a nosotr@s mism@s.
Esta es la verdad radical: la humildad nunca disminuye la identidad. Jesús sabía exactamente quién era. Era el Hijo de Dios. El Mesías. El Salvador del mundo. Y, aun así, eligió humillarse.
Las personas cristianas de hoy a menudo luchamos con la identidad. Olvidamos quiénes somos y a quién pertenecemos. Pero la Escritura nos dice:
• Eres una nueva creación. (2 Corintios 5:17)
• Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo. (Mateo 5:13-14)
• Ustedes son hechura de Dios, cread@s para buenas obras. (Efesios 2:10)
• Ustedes son más que vencedor@s. (Romanos 8:37)
Por lo tanto, Jesús no solo vino a salvarnos, sino también a enviarnos. Y el mundo no necesita más fe tibia. Necesita personas creyentes dispuestas a seguir a Jesús hasta el final: en medio de la adversidad, en los márgenes, en el llamado radical del amor. No vayamos a lo seguro. No busquemos la comodidad. Seamos el tipo de personas que transforman el mundo con humildad, confianza y compasión centrada en Cristo.
La lectura de las Lamentaciones ilustra la necesidad de la humildad: «Dios la ha entristecido a causa de sus muchos pecados» (Lamentaciones 1:5). Reconocer nuestras limitaciones y nuestra necesidad de Dios fomenta un espíritu de humildad, acercándonos a Él.
En 2 Timoteo 1:9, Pablo nos recuerda que Dios «nos salvó y nos llamó a un llamamiento santo». Esta es una verdad profunda que debería moldear tu identidad y tu propósito. Estás apartad@ para la obra de Dios y tu vida tiene un propósito divino. Busquen cumplir este llamado con dedicación y alegría, sabiendo que son parte del gran plan de Dios.
Hermanos y hermanas, al igual que el discípulo de Lucas 17, hoy le pedimos a Jesús que aumente nuestra fe. La pregunta entonces es: ¿para qué? Comencemos por reconocer que Jesús no fue solo un maestro; fue un creador de movimientos, un organizador de base y un líder radical de la resistencia no violenta a la injusticia y al imperio. ¿Saben que Jesús dedicó su vida a confrontar las estructuras de opresión y violencia y a transformarlas mediante la no violencia activa? ¿Estamos haciendo esto o estamos list@s para hacerlo?
Dos mil años después, las injusticias de nuestro mundo han evolucionado, pero su esencia sigue siendo sorprendentemente similar: racismo, explotación económica, pobreza sistémica, sexismo, heterosexismo, xenofobia, trata de personas, ocupación y colonización de territorios; estos son el equivalente moderno de la corrupción que Jesús encontró en el Templo. Por eso cambió la situación, rompió el silencio y actuó contra la injusticia. Jesús no contemplaba el mundo, sino que lo contemplaba y lo transformaba, y espera lo mismo de nosotr@s. Era un radical por la justicia. ¿Por qué no hacemos lo mismo?
Cuando pedimos más fe, pedimos más fuerza y sabiduría para hacer lo que Jesús hizo. Por eso lo seguimos. Recuerda, Jesús no solo te salvó, sino que también te salvó y te envió a este mundo para transformarlo con buenas noticias. En otras palabras, si somos seguidores y seguidoras de Jesús, debemos practicar la humildad radical.
Amén y Ashé.