Jeremías 29:1, 4-7; Salmo 66: 1-11; 2 Timoteo 2:8-15; Lucas 17:11-19
Decimoctavo Domingo después de Pentecostés – Propio 23 – 12 de octubre de 2025
I – Lucas 17:11-19: Misericordia para las personas marginadas: ¿Qué quiero decir con esto? Hablemos de estas dos palabras: «misericordia» y «marginad@s».
«Misericordia» es una palabra bíblica que se refiere a la ayuda de Dios a las personas en estado de angustia, en estado de miseria. La misericordia es la respuesta de Dios a nuestra miseria. El buen Señor mira con agrado todas las aflicciones que nos sobrevienen, en cuerpo y alma, y tiene misericordia de nosotr@s. Actúa para aliviar nuestra angustia. Suple nuestras necesidades, tanto físicas como espirituales. Eso es misericordia.
Y eso es lo que piden las personas de nuestro texto. Misericordia. Nuestro texto comienza: “Camino a Jerusalén, Jesús pasaba entre Samaria y Galilea. Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a distancia y alzaron la voz, diciendo: ‘Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros’”.
“Ten piedad de nosotr@s”. “Eleison” es el griego aquí, como en el “Kyrie eleison” que cantamos al comienzo de la misa: “Dios, ten piedad”. Le pedimos a Dios que supla nuestras muchas necesidades, por su gran compasión y amor por nosotr@s, pobres pecador@s.
Así que estos hombres invocan a Jesús con su “Eleison”, su “Ten piedad”. Y sí que tienen necesidades. Tienen aflicciones y angustias. Son leprosos, ¿sabes? Las personas leprosas son personas afligidas por una terrible enfermedad de la piel, una enfermedad debilitante que destruyó su cuerpo y los aisló de su comunidad. También les impedía ir al templo, porque eran ceremonialmente impuros. Por lo tanto, las personas leprosas eran personas que podrían describirse como «marginadas». Estaban al margen de la sociedad, literalmente. Eran personas marginadas. Las personas leprosas debían mantenerse alejadas de la gente normal y sana, por temor a infectar a otr@s. «¡Inmundo!», gritaban cuando alguien se acercaba.
Sin embargo, cuando Jesús se acerca, estos leprosos se atreven a pedir misericordia, a pedir su ayuda. En lugar de gritar «¡Inmundo!», exclaman: «¡Jesús, Maestro, ¡ten piedad de nosotros!». Hay algo en Jesús —cosas que han oído sobre este hombre inusual— que los ha llevado a esperar grandes cosas de él. Han oído hablar de su poder para obrar milagros. Han oído hablar de su profunda compasión. Y por eso se atreven a decir: «Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros».
Y Jesús escucha. Y responde. Su misericordia lo impulsa a actuar. Leemos: «Al verlos, les dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes”. Y mientras iban, quedaron limpios».
Con su palabra, su poderosa palabra, Jesús limpia a los leprosos. La palabra de Cristo es divina, creativa, poderosa y eficaz. Su palabra cumple lo que dice. Lo quiere, lo dice, y así es. Aquí habla el Hijo eterno de Dios.
Jesús les habla a los leprosos, sabiendo que su palabra obrará. Los leprosos quedan limpios. ¿Pero qué significa eso de “Id, mostraos a los sacerdotes”? Por cierto, ¿qué hacía un samaritano (un extranjero) entre nueve judíos? La lepra hizo de la miseria su común denominador, y se unieron en una comunidad de aflicción.
Así que los diez se dirigen a ver a los sacerdotes. Excepto uno de ellos, que da media vuelta y regresa. ¿Qué pasa con eso? Bueno, para empezar, este hombre es samaritano, lo que significa que no sería alguien que acudiera a los sacerdotes judíos. Los judíos y los samaritanos no se llevaban bien. Los samaritanos no iban al templo de Jerusalén a adorar. Así que el samaritano sano regresa.
Marginados: Un grupo marginado es una población sistemáticamente desfavorecida o excluida de la vida social, económica, política y cultural. Esto puede ocurrir debido a la discriminación, sexual, las prácticas tradicionales o las características de las democracias donde la mayoría gobierna y puede diseñar sistemas sociales para su propio beneficio.
Como se puede ver en la lista anterior, la marginación puede basarse en aspectos de la identidad social, como la raza, o en experiencias vividas, como la pobreza o un problema de salud. Se podría argumentar que la marginación tiene tres causas principales: la discriminación, las prácticas tradicionales y la tiranía de la mayoría. Marginación basada en: edad, casta, antecedentes penales, discapacidad, nivel educativo, situación laboral, etnia, estructura familiar, género, ubicación geográfica, estado de salud, situación migratoria, idioma, características físicas, raza, religión, orientación sexual, nivel socioeconómico, etc. Esto sigue siendo un gran desafío para la Iglesia y nuestro discipulado hoy, ya que hemos sido llamados a practicar un Evangelio de compasión, misericordia e inclusión con participación.
Un ejemplo actual de esto es la discriminación en Gaza, Palestina por parte de Israel. Y esto se utiliza para llevar a cabo y justificar el genocidio. Mientras en Gaza, Palestina, vivimos un genocidio de exterminio físico con repercusiones sociales, emocionales, espirituales y culturales, aquí en Puerto Rico vivimos un genocidio socio-político llamado colonialismo que busca eliminar nuestra identidad nacional creando trauma socioemocional para expulsarnos de nuestra patria. Pero ya lo hemos dicho: nadie se va de aquí.
El samaritano era un forastero, y vio a Jesús tal como realmente es. Volvió a postrarse a sus pies mientras alababa a Dios. Al hacerlo, demostró no que Jesús había venido para tod@s, sino que quienes viven al margen de la sociedad tienen más probabilidades de ver a Dios obrando a través de Jesús. Quienes viven dentro de la sociedad a menudo pasan por alto esto, prefiriendo trabajar dentro de los límites de la institución establecida.
Como personas pecadoras, hemos sido contaminad@s con la lepra del pecado. Debemos depositar nuestra fe en Dios y obedecer sus mandamientos con la confianza de que Él nos sanará si seguimos sus instrucciones. Esto será evidencia de que hemos hecho las paces con Dios.
Sin embargo, la misericordia para las personas marginadas no se trata de compadecerse de ellas, ni mucho menos cogerles pena o darles un ay bendito. Es un proceso de identificación donde conecto con las luchas de quienes están marginad@s. Les consuelo, oro con ell@s, lloro con ell@s, camino con ell@s, pero al mismo tiempo, soy parte de su liberación. No se trata de contemplar, sino de contemplar y eliminar la marginación, venga de donde venga. Busco maneras de ayudarles a salir de los márgenes y unirse a una sociedad sana, a una iglesia sana. Porque la vida espiritual cristiana va más allá de la piedad; se trata de la liberación que trae una justicia integral con piedad.
Debemos de entender que la iglesia debe ser un lugar de restauración y reconciliación. Este es un lugar de esperanza, sanación y plenitud, un lugar de cuidado, misericordia y compasión. Aquí es donde vive Jesús.
Jeremías 29:1, 4-7 anima al pueblo de Israel a establecerse y prosperar en su exilio en Babilonia, enfatizando la importancia de buscar el bienestar de la ciudad en la que se encuentran, orar por ella y confiar en los planes de Dios para su futura restauración. Jeremías 29:4-7 ofrece un conmovedor mensaje de esperanza y guía a las personas judías exiliadas en Babilonia, un pueblo desplazado de su patria y que enfrenta la incertidumbre en una tierra extranjera.
El Salmo 66:1-11 afirma que Dios a veces conduce a su pueblo hacia redes restrictivas y les impone pesadas cargas. Estas experiencias no son aleatorias ni punitivas sin propósito; están soberanamente diseñadas para purificar la fe, manifestar su poder y acercar a su pueblo. La misma mano que permite el peso también promete alivio y liberación definitiva, convirtiendo las redes en testimonios y las cargas en bendiciones. Pero sin sometimiento a la opresión.
2 Timoteo 2:8-15; Esta epístola pastoral plantean la pregunta: ¿cómo podemos llevar nuestras antiguas convicciones y confesiones a entornos nuevos, inciertos y, a veces, perturbadores? Hoy necesitamos abordar esta cuestión con franqueza e inteligencia, aprender de los errores y logros pasados de la iglesia, y caminar hacia el futuro apoyándonos en Dios con humildad y valentía.
Uno de los pecados más comunes hoy en día es la ingratitud. Dios hace tanto por nosotros, pero rara vez (o nunca) damos gracias por lo que ha hecho.
Por otro lado, la gratitud nos permite perdonar a todas las personas que nos han hecho daño. Sean cuales sean, podemos perdonarles y bendecirles por nuestro propio bien.
Nada agrada más a Dios que la fe, y la fe siempre se expresa y se hace realidad mediante la acción. Si necesitamos un milagro o una respuesta de Dios (como el leproso samaritano), debemos hacer más que simplemente creer que Dios puede hacerlo. Como dice el refrán, las acciones hablan más que las palabras.
Orar por la injusticia no basta. Dios me llama a hacer algo. Esta es una afirmación justa de quienes siguen a Jesús, mientras la oleada de injusticias raciales, sociales, económicas, culturales, de género, sexuales y ambientales continúa arrasando nuestra nación y el mundo. Nuestra necesidad es una fe activa: «Tuve hambre, y me disteis de comer…; fui forastero, y me recogisteis», dijo Jesús. La fe, si no va acompañada de acción, está muerta.
No se distraigan, les aseguro que, sin importar la situación en la que se encuentren ahora mismo, siempre, siempre, siempre habrá algo por lo que estar agradecid@s. Hacer justicia y virar las mesas no es una opción, sino un mandato. La santa disrupción es un mandato para quienes siguen a Cristo, quienes profesan el amor como religión y quienes creen en la justicia. Si bien la comodidad nos lleva a aceptar más de lo mismo, nuestra fe nos llama a cambiar aquello que daña a la humanidad. No podemos sentirnos tan cómod@s con un lugar en la mesa que nos neguemos a cambiarlo cuando se convierte en una herramienta de opresión. Y no podemos dejar de actuar por temor a… Consecuencias. Manifestemos misericordia y compasión por las personas marginadas. Recuerda, en el evangelio Jesús escucha. Y responde. Su misericordia lo impulsa a actuar. Y como dice Romanos 12:8; hágalo con alegría.
Amén y Ashé.