El amor no tolera la indiferencia

Jeremías 32:1-3, 6-15; Salmo 91:1-6, 14-16; 1 Timoteo 6:6-19; Lucas 16:19-31

Decimosexto Domingo después de Pentecostés – Propio 21 – 28 de septiembre de 2025

En la historia de Jesús en Lucas 16:19-31, Lázaro es un ser pobre. Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino fino y festejaba espléndidamente todos los días, y luego estaba Lázaro. Lázaro no debería sorprendernos en absoluto. Vemos a Lázaro todos los días. Lázaro estaba enfermo, cubierto de llagas, probablemente por desnutrición. Lázaro ansiaba comer lo que caía de la mesa del hombre rico. En otras palabras, Lázaro ni siquiera recibía las migajas, y hasta los perros venían a lamerle las llagas.

Dos seres humanos, unidos por una historia. El hombre rico pudo haber intentado aislarse, pero no podía entrar ni salir de su casa sin pasar junto a Lázaro, quien yacía, por falta de fuerzas para sentarse o estar de pie, a la puerta del rico. Lázaro estaba unido al hombre rico por su necesidad y su deseo de tener algo de lo que caía de su mesa.

Según Lucas, Jesús contó esta historia a quienes amaban el dinero y todo lo que este podía comprar. Pero ni siquiera los muros que el dinero puede comprar y construir nos separan de las personas pobres de este mundo. Así es, dije separarnos de las personas pobres. Ya ven, les guste o no, esta historia trata sobre nosotr@s. Somos las personas ricas. Sé que no nos gusta pensar en nosor@s mism@s como ric@s; nos gusta mirar a las personas millonarias y multimillonarias, señalarles y decir que son ellas; ellas son las personas ricas, no nosotras. Somos personas ricas: ricas más allá de los sueños más descabellados de la mayoría de la gente de este planeta.

El infierno no es un lugar al que vamos en el más allá. El infierno está aquí en la tierra. Creo que si ignoramos a quienes necesitan de nuestra ayuda, terminamos en el infierno. A pesar de cada muro que construimos, aquí mismo estamos conectados con las personas pobres de nuestro mundo. No hay excusa para la indiferencia. Cada vez que compramos un plátano, una camisa o una libra de café, participamos en una relación con las personas pobres. Podemos cerrar nuestras comunidades, establecer controles fronterizos más estrictos y devolver a todos los solicitantes de refugio; la salvación, o la plenitud no incluye fronteras que imperializan a nuestros semejantes.

Hay millones de Lázaros ahí fuera, a nuestras puertas, ahora mismo, y la mayoría anhela comer las migajas de nuestras mesas. El hombre rico de la historia de Jesús no es lo que llamaríamos malvado. No hay evidencia de que haya hecho algo que llamaríamos crueldad con el hombre pobre. Simplemente lo ignoró. El hombre rico se había acostumbrado tanto a ver al hombre pobre en su puerta, que ya no lo notaba.

El mensaje principal de esta parábola es muy claro, dolorosamente claro, incluso aterradoramente claro. Ignorar las necesidades de las demás personas nos lleva a un desastre infernal, si no al infierno mismo. Hay consecuencias destructivas y dolorosas, no solo por hacer las malas acciones que no debimos haber hecho, sino también por no hacer las buenas acciones que debimos haber hecho. El hombre rico se encontró atrapado en el infierno no por el mal que había hecho intencionalmente, sino por el bien que no había hecho debido a la insensibilidad que surgió de su egocentrismo.

Si queremos evitar que nuestras vidas se conviertan en un infierno, necesitamos abrir los ojos para ver las necesidades que nos acechan. Para que haya algo que se acerque a una paz duradera en el mundo, nosotr@s, como personas y como naciones, debemos preocuparnos por algo más que solo «yo», «mío», «nosotr@s» y «nuestro». El mundo se ha convertido en un lugar peligroso, pero me parece que las personas ricas debemos asumir cierta responsabilidad por la creación de esos peligros. Hemos ignorado a las personas pobres durante demasiado tiempo. Hemos ignorado a quienes sufren; como esos hermanos y hermanas en Palestina y Gaza que enfrentan un genocidio por parte de los gobiernos de Israel y Estados Unidos; a quienes están en prisión; a quienes viven en las calles. Hemos hecho la vista gorda e insistido en que no es nuestra responsabilidad, o nos hemos desorientado tanto por la gran cantidad de personas que viven en la pobreza que nos hemos alejado. Las personas pobres de este mundo se están cansando de nuestra negligencia y están listas para arremeter.

Creo que Jesús contó esta historia no para condenarnos, sino para salvarnos; para restaurar nuestra salud sanando nuestras relaciones. El mundo está sumido en un caos infernal. Pero no todo está perdido. En CRISTO, quien encarna el AMOR que ES Dios, podemos cerrar la brecha entre ricos y pobres. Podemos salir a nuestras puertas y ver quién está allí y qué necesita, y con la abundancia de dones que el AMOR nos ha derramado, podemos suplir las necesidades de quienes anhelan que extendamos nuestros brazos para salvar ese abismo.

En la lectura de Jeremías 32:1-3, 6-15 aprendemos que cuando otras personas abandonan la esperanza o se comprometen con el mal, Jeremías puede imaginar las escenas más esperanzadoras de sus profecías anteriores. Aquí, Jeremías alza la vista hacia una posibilidad futura que surge de las cenizas de un presente que se desmorona. El verdadero poder de este mensaje para hoy reside en que muchas personas quizá no estén dispuestas a reconocer su pecado ni siquiera a comprender el desastre inminente que la desobediencia y el rechazo a Dios traen a sus vidas, quizás inmerecidamente o como consecuencia del pecado de otra persona.

En su carta a Timoteo 6:6-19, el apóstol Pablo destaca la importancia de vivir una vida centrada en la piedad y el contentamiento. Nos recuerda que las posesiones materiales y las riquezas no definen quiénes somos ni nuestro valor. En cambio, la verdadera riqueza se encuentra en nuestra relación con Dios y en vivir una vida que refleje sus valores.

Muchas personas que leen esta historia del hombre rico y Lázaro en Lucas 16:19-31 asumen que el cuadro que Jesús está pintando es el infierno. Pero esta parábola no es principalmente una enseñanza sobre el infierno. Más bien una enseñanza sobre las consecuencias de nuestros actos hacia las demás personas. En la historia de Jesús, el hombre rico no fue arrojado al infierno porque no creyó. Se encontró en un lugar de tormento por la forma en que trataba a las demás personas, específicamente a Lázaro. En esta historia, Jesús deja claro que el hombre está encerrado en su lugar de tormento. Pero la cerradura está por dentro. El hombre se niega a salir. Preferiría reinar en tormento que ser un siervo en el reino de Dios.

Esta parábola es a la vez una denuncia contra el liderato religioso, algo así como del nacionalismo cristiano, que enseña que Estados Unidos se fundó como una nación cristiana y buscan retornar a este pasado ficticio. El nacionalismo cristiano busca fusionar las identidades cristiana y estadounidense, distorsionando tanto la fe cristiana como la democracia constitucional estadounidense mediante la negación de la separación de la Iglesia y el Estado. Este es el disparate del movimiento MAGA que produce un Evangelio de las personas espectadoras y un Evangelio de sentirnos bien. 

Pero es a su vez una esperanza para las personas oprimidas. El significado del hombre rico y Lázaro es una advertencia para quienes no prestan atención a las necesidades de las demás personas. Esa actitud no tiene cabida en el reino-comunidad de Dios. Hasta que no se arrepientan y cambien su comportamiento, vivirán en un estado de auto atormento. Así debe ser: la verdadera felicidad no se encuentra a expensas de las demás personas. Hay muchas y muchos Lázaros ahí fuera esperando que dejemos de ignorarles y les echemos una mano. Estas son las personas necesitadas, como la gente de Palestina y Gaza; los que están en prisión; los que viven en las calles; los que cruzan la frontera en busca de esperanza; los que mendigan comida, atención médica y un hogar. No sigamos dándoles religión al pueblo para oprimirle, sino para liberarle. Recuerden, el amor no tolera la indiferencia. Amén y Ashé.